Letra: Tomás de Celano 1190-1260
Dies irae, dies illa
solvet seclum in favilla
teste David cum Sibylla.
Quantus tremor est futurus,
quando Iudex est venturus,
cuncta stricte discussurus!
Tuba mirum spargens sonum
per sepulcra regionum
coget omnes ante thronum.
Mors stupebit et natura
cum resurget creatura
Iudicanti responsura.
Liber scriptus proferetur
in quo totum continetur
unde mundus iudicetur.
Iudex ergo cum censebit
quidquid latet, apparebit
nil inultum remanebit.
Quid sum miser tunc dicturus,
quem patronum rogaturus
cum vix iustus sit securus?
Rex tremende maiestatis,
qui salvandos salvas gratis,
salva me, fons pietatis
Recordare, Iesu pie,
quod sum cause tue vie
ne me perdas illa die.
Querens me sedisti lassus
redemisti crucem passus
tantus labor non sit cassus.
Iuste iudex ultionis,
donum fac remissionis
ante diem rationis.
Ingemisco tamquam reus
culpa rubet vultus meus
supplicanti parce, Deus.
Qui Mariam absolvisti
et latronem exaudisti,
mihi quoque spem dedisti.
Preces mee non sunt digne
sed Tu Bonus, fac benigne
ne perenni cremer igne.
Inter oves locum presta
et ab hedis me sequestra,
statuens in parte dextra.
Confutatis maledictis,
flammis acribus addictis
voca me cum benedictis.
Oro supplex et acclinis,
cor contritum quasi cinis,
gere curam mei finis.
El día de la ira, ese día
el mundo (la historia) se reducirá a cenizas,
según atestiguan David y la Sibila.
¡Cuán enorme temor sobrevendrá
cuando el Juez haga acto de presencia
para juzgarlo todo con rigor!
Esparcirá la trompeta un admirable sonido
por entre los sepulcros de las naciones,
convocando a todos los hombres ante el trono
La Muerte y la Naturaleza quedarán estupefactas
cuando las criaturas resuciten
para responder ante el Juez.
Se mostrará el libro escrito
que todo lo contiene
y en base al cual será juzgado el mundo.
Cuando el juez haya juzgado
se mostrará todo lo oculto,
nada quedará sin castigo.
¿Qué diré yo entonces, desdichado?
¿A qué defensor suplicaré,
cuando apenas el justo estará seguro?
Rey de terrible majestad, que salvas
graciosamente a quienes deben salvarse
¡sálvame, fuente de piedad!
Recuerda, Jesús piadoso,
que fui la causa de tu venida:
no me pierdas aquel día.
Tratando de encontrarme te sentaste fatigado,
por redimirme padeciste la cruz:
que tan gran sufrimiento no sea inútil.
Justo juez de la venganza:
otórgame el don de perdonarme
antes de día de cuentas.
Gimo como un culpable,
mi rostro se enrojece de vergüenza:
¡oh Dios, perdona a quien te suplica!
Tú que absolviste a María
y que escuchaste al ladrón,
me has hecho tener esperanza también a mí.
Mis plegarias no son dignas,
pero Tú, que eres bondadoso, concédeme benignamente
que no arda en el fuego eterno.
Concédeme un lugar entre las ovejas
y apártame de los machos cabríos,
colocándome a tu derecha.
Una vez confundidos los malditos
y entregados a las llamas atizadas,
llámame con los bienaventurados.
Te lo ruego suplicante y de rodillas,
el corazón destrozado y casi en cenizas:
cuídame en mi última hora.